viernes, 21 de noviembre de 2014

El arte de educar


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Desde pequeños notamos la diferencia entre ese profesor que nos cae tan bien y al que no tragamos. A veces le llamamos manía y otras veces decimos que no nos cae bien; y parece que nosotros tampoco a él/ella. Lo mismo pasa con los padres, a veces uno es el bueno y el otro el malo, o al revés, pero seguimos entendiendo que uno nos ayuda aunque nos corrija y que el otro cuando nos corrige tiene un añadido de mala leche. Esto es lo que vemos siendo niños.

Al tener hijos no entendemos cómo les cuesta tanto entender las cosas más básicas. "Pero si eso yo a su edad no lo hacía", "¡Te lo he dicho 3 veces! ¿Qué no me entiendes?", ¿Cómo que no sabes hacerlo si es muy fácil? Parece que no nos entienden y que cosas muy sencillas les son muy difíciles de entender. A veces damos por hecho que saben qué cosas se pueden hacer y qué no. Pero claro ellos están conociendo el mundo y para explorarlo hay que ver, tocar, romper... probar todas las posibilidades que nos ofrece un objeto. Es parte de la visión infantil del mundo el ver que una zapatilla sirve de teléfono, de estrella ninja o de escudo. Conforme crecemos vamos utilizando los objetos para lo que realmente están hechos, según el uso que generalmente damos y perdemos esa visión más amplia de las cosas.

Ya, pero igual no es buena idea que meta los dedos en el enchufe para ver qué pasa o que explorando todas las posibilidades que tiene un vaso de cristal, el vaso acabe hecho añicos y se corte. Es cierto, a veces es necesario evitar que se expongan a situaciones peligrosas -con los adolescentes las más frecuentes son situaciones relacionadas con el consumo de drogas o con las primeras relaciones sexuales, de riesgo-. Para ello tenemos varias opciones, entre las más extendidas el argumentarles los motivos por los que no deberían hacer eso o al menos de esa manera. Lo que sucede es que nos encontramos con niños muy pequeños para entender los argumentos lógicos o con adolescentes que (aún entendiéndolos) no siempre ciñen sus comportamientos a ellos. 
 
¿Entonces hay que recurrir a la vieja usanza, al cachete? Bueno, personalmente creo que el arte de educar consiste en decir sí cuando hay que decir que sí y no cuando hay que decir que no. No es necesario más argumento ni más esfuerzo por parte del adulto; que, aunque parezca mentira, son muchas las familias que acaban de los nervios o angustiadas al ver que su hijo no les hace caso. Precisamente ese es el arte que dominaban esos profesores (o nuestro padre o madre, raras veces los dos) que tanto impacto nos han causado de pequeños, sabían qué querían sacar de nosotros y nos reforzaban aquellos aspectos buenos que iban a hacer de nosotros mejores personas (la paciencia, las ganas de aprender, la preocupación por el otro...) y no nos permitían desviarnos demasiado de ese camino, especialmente cuando nos mostrábamos egoístas y caprichosos. Quizá no hagan falta más libros de cómo enseñar bien a tu hijo sino simplemente dominar el arte de decir sí y no.

* Imagen extraída de solmonasterio.blogspot.com

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