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Desinterés, falta de atención, apatía y querer centrarnos sólo en
nuestro mensaje dan como resultado un problema de comunicación.
¿Cuántas veces estamos hablando con alguna persona y no prestamos
atención a lo que dice y repasamos mentalmente nuestras cosas? O
¿cuántas veces preguntamos y no esperamos la respuesta del otro?
Casi siempre.
Nos encontramos ante dos posibles problemas en nuestra comunicación:
Hablamos, nuestro interlocutor nos oye, pero no nos escucha.
Sentimos la necesidad de contar nuestras experiencias, nuestros
problemas o, simplemente, queremos comunicar un hecho; pero mientras
lo hacemos nuestro interlocutor está pensando en sus cosas, su
problemática, sus tareas… Claro que si le preguntamos qué hemos
dicho es capaz de saber qué le decimos pues su sistema auditivo está
activo, pero no se presta atención al mensaje ni a otros factores
que lo complementan, no se activa la comprensión… Estamos hablando
con una pared.
Hablamos con alguien pero no nos interesa su respuesta. El
interlocutor escucha pero el hablante no quiere escuchar.
Y esto ocurre muchísimas veces también. Quedamos con alguien y
entablamos una conversación… llega un punto en que proponemos un
tema, una cuestión y hablamos esperando una respuesta activa de
nuestro interlocutor. El problema viene cuando realmente no nos
interesa esa respuesta, cuando tenemos nuestra propia solución o
respuesta. Cuando nuestro interlocutor no coincide con “mi idea”
dejamos de escuchar su punto de vista, su consejo o respuesta,
cortamos su exposición y pretendemos llevar la conversación a
nuestro terreno.
En este caso, se termina la conversación, no hay fluidez en la
comunicación. No hay comunicación realmente. Es como si habláramos
con un espejo, sólo nos interesa nuestro punto de vista.
Cuando vamos a la escuela nos enseñan a mantener los turnos, a
responder preguntas aunque la respuesta sea errónea, a plantear
cuestiones… Pero cuando llegamos a la adolescencia y la edad adulta
desaprendemos estas estrategias comunicativas e imponemos nuestro
mensaje ante los otros.
Al cabo del día oímos muchos mensajes, palabras, sonidos, pero
¿cuántos de estos mensajes son comprendidos? ¿Cuántos somos
capaces de recordar razonadamente? ¿Cuántas veces hablamos pero no
comunicamos? ¿Realmente esperamos una respuesta de nuestro
interlocutor o simplemente queremos que haga/diga/piense lo que
nosotros le decimos?
Convertir un acto de habla entre dos personas en un proceso
comunicativo implica la habilidad de saber escuchar, de establecer un
compromiso con el mensaje, con quien lo emite y quien lo recibe.
Pero no podemos quedarnos ahí y pensar que todo ya se ha
desaprendido, podemos recuperar esas estrategias y favorecer la
escucha activa y efectiva en nuestro día a día. Simplemente,
deberíamos evitar distracciones cuando nos hablan, aprender a
percatarnos de la situación emocional del hablante y mostrar interés
real en qué nos están diciendo.
Debemos recordar que un proceso de comunicación implica
bidireccionalidad, si primero hablamos, posteriormente pasaremos a
ser los que escuchan; por lo que tanto emisor como receptor deben
mantener un proceso de escucha real, activo y efectivo.
Hablar y no escuchar, es un monólogo.
* Imagen extraída de ibermaticasb.com